No deja de llover desde hace dos días. Los únicos en la calle son los turistas luciendo camperas dignas de integrantes de la NASA. Entran, desarman los estantes, intentan hacerse entender, yo intento entenderlos, se prueban, se sacan, se ponen, pagan y no pagan, se van con las manos vacías (de plata o de mercancía). Y queda el ruido de la mente funcionando a la par de la lluvia, la sobrepasa y se va a tres mil kilómetros de distancia. Y vuelven los besos en el cuello, de esos besos que nos dan sorpresivamente mientras nos corren el pelo, rozando la espalda. El cuello se brinda, se exalta, se entrega a tres mil kilómetros. El cuello se humedece, acelera, se moja con la lluvia a cielo abierto. Se escapa del cuerpo, se va a tres mil kilómetros, se disfraza de turista y entra a un local deportivo donde la ve, ella con sus rodetes quinceañeros. Le ofrece el cuello tierno en el fin del mundo; de fondo las gotas en el techo de chapa.
3 Comments:
"Mi mujer de cuello de cisne" diría Bretón. Brindo por los cuellos húmedos, pero qué tal si se actualiza este blog.
5:32 PM
Ay, Bruno, Bruno... justo hoy, un rato antes de tu mensaje, puse al día mi blog. Una de dos: o tardó en actualizarse o no leíste atentamente. Mmmm...
6:58 PM
Está bien retarlo a Bruno. Porque él se parovecha de nosotros, los indefensos.
11:44 AM
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