Sunday, February 26, 2006

Alguien que anda por ahí diría "esto es too much". Yo digo: paradojas de la vida cotidiana.
Esto es lo que resulta de un domingo lluvioso como hoy, ocio "internetiano" o "internético", que le dicen. Acá va la noticia. Próximamente, la foto del delincuente (no puedo bajarla, no entiendo por qué).



Casa de historietas robada por un Hombre Araña

Un ladrón disfrazado del Hombre Araña ingresó a una casa de historietas de Culver City, en California, amenazó a los empleados con un arma y se robó varios comics de colección.
El hombre entró en la tienda cerca de las 11.30 de la mañana y recorrió las estanterías como cualquier cliente. Mientras los empleados atendían a otros compradores, se puso una máscara del Hombre Araña, sacó un revólver y procedió al robo.
Lo extraño, es que no se mostró interesado en el dinero de la caja registradora. Parecía conocer mucho de historietas y superhéroes y le exigió a los asaltados que le mostraran sus números de colección. El botín escogido incluyó: "Los Cuatro Fantásticos" Nº1, "X-Men" Nº1 y "Amazing Fantasy" Nº15, donde el Hombre Araña aparece por primera vez.Los empleados insisten en que, si bien es normal que los fanáticos de los comics vayan a comprar disfrazados, el ingreso del enmascarado hubiera llamado su atención. La policía continúa estudiando las filmaciones de seguridad para dar con el sospechoso.

Tuesday, February 21, 2006

Parece que ese viernes hubo piñas en los midget. Y más el sábado, en reiteradas ocasiones pero en un espacio diferente. La india mucho no entiende de tecnología, sin embargo sabe de decepciones. Y también de rituales y brebajes mágicos que le enseñó un chamán amigo. Entonces optó por ellos, se quedó en la tribu vestida con olores de ensueño y bailando alrededor de la hoguera.
Sólo un día después corrió por la ciudad para buscar a su hombre. Tenía todavía una máscara del rito nocturno. Y también brebajes mágicos en el bolsillo derecho. Sabía que era la única manera de unir a un hombre y a una indiecita.

Friday, February 17, 2006

Felices cuatro meses


Se levantó a buscar unas velas para poder ubicarle el rostro. Fumaba un cigarrillo final, ardía una vela final. Trataba de respirar profundo, de no ahogarse entre el humo y la angustia. Y él que dice “si no llega a funcionar después... bueno, te pediré perdón”. La frase más egoísta que escuchó en su vida. La peor elección iba dirigida a ella, sentada como indiecita a los pies de la cama. Como si le importara un perdón de su boca; como si eso lograra tapar todo el dolor agigantado por el correr de los meses. Si así dolía, hoy, ahora, más adelante ni imaginarlo. Imaginar para qué, si era obvio que esto iba a pasar. No se hablaba más que de ella, la otra. Cada problema tenía la misma raíz y la india sabía que nada podía hacer para evitarlo. O si, y planteó el final. Que se vaya a la mierda, que resuelva sus problemas y, en todo caso, después se verá. O no, quedará todo así y punto. Pero ¿qué es eso de pedir perdón después? ¿Qué clase de persona se cree que es? ¿Y qué clase de persona cree que soy? Que se vaya a cagar, india, dejalo irse con su fantasma en el bolsillo. Pero dejale en claro que esto no queda en un “ya fue” telefónico, que estás poniendo huevos para todo y él no hace nada. Solamente deja correr al silencio, pide un perdón adelantado y se va a ver los midget como todos los viernes a la noche.

Sunday, February 12, 2006

Poema viejito... es lo que hay, che.
Errores.

Y qué si no me importa.
Voy a algún lugar que me acerque a
no sé dónde,
pero me alejo y puteo a las ocho
porque el frío me lame los pies
-y otra vez el idiota
en la radio, ahora-
No puedo apoyar mi cara en el hombro
ajeno
por razones de distancia (centímetros)
y por razones de temporalidad (minutos, segundos, tal vez)
Qué si no me importa.
No me tocaba la piel ni siquiera abrazando
ni me besaba labios, mejillas, ojos encendidos.
El poder es el punto en el cual
uno se siente perverso y teje,
se siente obligado y teje.
“Es culpa del otro”,
solamente que uno tiene la última palabra,
la que todos esquivamos y paradójicamente queremos encontrar
escondida en algún zapato con agujeros en la suela.
La cosa es que no hay cosa,
que se acabó el surrealismo pretendido en vivo
no porque esté muerto, sino porque, por una vez, tenemos
que dejar de hacernos los boludos;
y hagamos de cuenta que no fuiste ni sos
sino que los dioses...
Pero nadie nos cree, entonces creamos
otra realidad en la que no tejemos.

Hay algunos presidiarios de mi isla,
Mi palmera y tus ganas de cumplirme el sueño.
El problema es que estaríamos en uno, entonces
¿cómo diferenciarlo del otro?
Capaz que con el tiempo (días, meses tal vez)
y con la distancia (generalmente metros) sea diferente.

Wednesday, February 08, 2006

Estaba enojado. Ya me lo veía venir, si no era por lo de hoy, por lo de ayer. Me esperaba en las escalinatas del teatro, los escalones chorreando miedos y discusiones que duraron por lo menos una hora. Cuando nos levantamos de la mano el terreno estaba seco otra vez. Quería llevarlo a jugar carreras de autos, pero en el camino propuso comer algo y paramos en un carro de hamburguesas. Comimos en la plaza y corrimos después, urgentemente, a buscar una cerveza. Cuando salimos del café fuimos directo al Bingo, tal como habíamos quedado. Buscamos la ruleta electrónica y destinamos cinco pesos cada uno para el juego. Primera vez, asique pedimos instrucciones y el 27 fue el número elegido. Coronó el número casi como adornándome la piel. Perdimos por culpa del doble cero, pero insistimos ahora con el 17. Claro, la ruleta se nos rió en la cara: ahora si, el 27 apareció socarronamente. Entonces, por las dudas, nos quedamos con el 17, ya para terminar nuestro crédito. Pero nada, che. Nos fuimos de la sala con toda la bronca en las manos.
Sin embargo habíamos decidido jugar al bingo, un máximo de cinco cartones para pasar el rato. Cuando entramos a la sala estaban terminando una ronda. Él eligió una mesa habitada por dos personas: un hombre y una mujer. Nos miraron las caras de nenes perdidos sólo por un momento. Vimos cómo cantaban bingo y nos preparamos para la compra de nuestro primer cartón. Yo quería dos, pero "juguemos de a uno", dijo él. Pucha, yo quería ganar a toda costa, y lo quería ya.
Para resumir debo decir que la gente terminó de pelearse por los cartones y la locutora empezó a cantar los números. Yo marcaba el cartón asombrada por la velocidad de la voz femenina en el salón. Y cantaron línea cuando nos faltaban dos para cantarla nosotros; íbamos bien. Y después fui rodeando los números con fibra negra, quedan cinco, cuatro, tres, tres, tres...dos, y los nervios, dos, y ¿grito si sale bingo? No, me da vergüenza y queda uno, el 60. Miro la pantalla que estaba a mis espaldas, que se adelantaba a la voz de la mujer. Y veo el 60, y espero para escuchar la voz que lo confirma fuerte, y lo empiezo a rodear con la fibra negra y él, sentado a mi lado, levanta las manos mientras la voz dice "se ha cantado bingo" y yo, despacito, repito "bingo". Entonces se acercan, leen el número de cartón y lo repiten para verificar nuestra fortuna. Habíamos ganado setenta pesos.
Después de los besos de alegría e incredulidad nos trajeron la plata y una especie de ticket para firmar. Jugamos otra ronda, ya inmunes a todo. Teníamos el poder de invitar una ronda de bingo a nuestros compañeros de mesa y así lo hicimos. ¡¡Faltaba más!!
Obviamente, la suerte murió ahí, en ese primer cartón. Qué carajo nos importaba ya, si los setenta pesos (con cincuenta) pagaban lo gastado esa noche y nuestra primera experiencia juntos en un telo bahiense.